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La patrulla del tiempo (I)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre La patrulla del tiempo, de Poul Anderson

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    El curso del tiempo, que de una u otra manera está presente en casi todas las narraciones de enjundia -o mejor dicho: cómo el tiempo se nos escapa-, es mi argumento preferido en cualquier ficción. De ahí que mi sintonía con Poul Anderson fuese absoluta cuando, a finales de los 90, tuve oportunidad de leer algunos de los relatos incluidos en La nave de un millón de años (1989). Los inmortales que protagonizaban aquellas piezas me ganaron con la nostalgia inherente a su condición. Aún me conmueve el relato del guerrero vikingo Gest referido a las mujeres junto a las que fue feliz, y vio envejecer y morir, al igual que a los hijos que engendró con ellas, mientras él se mantenía en la misma edad.

   Ante este panorama, apenas tuve noticia la primavera pasada de la publicación de La Patrulla del Tiempo (Ediciones B), reunión de todas las aventuras del guardián del tiempo Manse Everard, se lo pedí a la editorial -que gentilmente me lo obsequió- para leerlo con avidez. Mis expectativas en el volumen -lo es en toda la extensión de la palabra con sus 725 páginas- no se han visto defraudadas.

  Reconocida por Javier Olivares, el creador de El ministerio del tiempo, como modelo de esta exitosa serie de televisión, no hay duda de la oportunidad de la edición. Sin embargo, más que la comparación entre el original y la versión -no se puede hablar de adaptación-, lo que a mí me atrajo es ese retrato de la fugacidad del tiempo, empero su aparente perdurabilidad, presentado por el gran Anderson. Y aquí también, al igual que en aquellos relatos de inmortales[i], el valor es presentado por su defecto. Es decir, al igual que Gest añora el envejecimiento y la muerte junto a las mujeres que amó, Everard y sus compañeros son la salvaguarda de la inmutabilidad de la Historia pese a que para ellos es mutable. El autor ha vuelto a subyugarme con este procedimiento, que a mi juicio prima frente a esa exposición de algo maravilloso -los viajes en el tiempo, la inmortalidad- consustancial a la ciencia ficción.

  Corre 1954 cuando Manse Everard, un ex teniente de ingenieros durante la Segunda Guerra Mundial -a menudo recordará sus experiencias en el frente e incluso volverá a él-, responde a un extraño anuncio de trabajo. El señor Gordon, el tipo que le entrevista para el puesto y le admite, le anuncia que va someterse a un entrenamiento para viajar por el tiempo y enmendar las desviaciones del relato de la historia conocido que puedan producirse. El primer acierto de Anderson es reducir a unos pocos párrafos el aprendizaje de Everard para entrar a formar parte de la patrulla. Es probable que se deba a que el capítulo en cuestión, el mismo que da título al libro, fue concebido como un relato independiente, publicado en la revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction.

  Con todo, esa nostalgia del autor -que me conmueve más que la maravilla, insisto- ya se hace notar en la primera pieza. Su primer viaje retrotrae a Everard a 1947. Allí encuentra al que se será su compañero en la primera misión: Charlie Whitcomb. Nuestro patrullero retrocede esos siete años desde su "entorno de origen" (1954) mediante la suerte de prodigioso escúter del que se valen para viajar en el tiempo.

  La patrulla será fundada y liderada en el siglo XXX por los "danelianos" (pág. 133), los superhombres del remoto futuro. A la sazón, lleva funcionando un millón de años. Pero tiene bases y oficinas en casi todas las épocas. De hecho, no es en 1947, sino en las islas británicas que se debaten entre los pictos procedentes de Escocia y los primeros asentamientos de los jutos, originarios de la actual Dinamarca, "el periodo oscuro en que los romanos habían abandonado Inglaterra (pág. 43)", donde se ambientará esta primera pieza. La oficina del "Londres de 1000 d. C." (ibídem) es la que envía las ropas y algunos materiales de la época para los patrulleros. Esos superhombres de lo venidero han tenido noticia de que alguien de 2987 ha robado un transbordador temporal y se ha traslado hasta esa Inglaterra que aún no lo es.

  Cuando Everard y Whitcomb llegan a ella siguiéndole los pasos, en su primera toma de contacto con los lugareños del pasado, su anfitrión les habla de un extraño brujo arribado sólo tres años antes que ejerce una misteriosa influencia sobre el rey. Resulta ser un tal Rozer Schtein, quien perdió a su familia en un ataque venusiano perpetrado en una guerra que Venus libra contra La Tierra en ese 2987. Tras "deshacerse" del patrullero que la llevaba, se hizo con la máquina del tiempo y viajó hasta ese periodo oscuro. Su plan consiste en unir a todos los pueblos britanos para que "Inglaterra sea un solo reino con la fuerza sajona y los conocimientos romanos". A fe de Schtein, si se consigue, la pérfida Albión, que dirían los anglófobos, dominará primero Europa y luego el mundo entero. Eso hará fuerte al planeta frente a esas guerras alienígenas que le aguardan en el siglo XXX. Estamos por lo tanto ante un auténtico aspirante a caudillo fascista, que además quiere valerse del transbordador temporal para seguir volviendo cada "x" años a lo largo de los siglos y ser considerado un dios. Algo así como el Felipe II que nos presenta El ministerio del tiempo en Un cambio de tiempo (Marc Vigil, 2016) el capítulo dedicado a su majestad católica.

  Everard dice haber leído mucho sobre San Stanius -el santo en el que se ha convertido Schtein en el futuro del que viene nuestro protagonista-, pero él y Whitcomb están ahí para impedir que sea ése el porvenir. Tras dar muerte al aspirante y preparar lo necesario para que en el futuro puedan detener al aprendiz de dios, Everard y Whitcomb se citan en la oficina de 1894.

  Sin embargo, Whitcomb no aparece. Cuando Everard investiga al respecto, descubre que su primer compañero ha enmendado la historia para quedarse a vivir en 1850, en el esplendor de su querida Inglaterra victoriana, junto a una mujer llamada Mary Nelson. Siendo el caso que estas alteraciones de la historia por cuestiones sentimentales están terminantemente prohibidas a los patrulleros y su compañero puede ser perseguido y castigado por ello, Everard lo dispone todo para que, a partir de entonces, a Mary se la dé por desaparecida durante un bombardeo de Londres en 1944. A Whitcomb también se le da por desaparecido: "presumiblemente ahogado en 1947" (pág.65).

     Descubierto por el danielano correspondiente, Everard, dada su debilidad, pasa a ser un "No asignado". Esto quiere decir que se le puede mandar a cualquier época y cualquier lugar que se le necesite.

      Sin embargo, cuando Everard se traslada a la Persia de Ciro el grande en El valor de un rey -segunda de las piezas reunidas en el tocho- vuelve a hacerlo por cuestiones personales. En efecto, se dispone a pasar una tarde de descanso en su línea del tiempo real, en su entorno de origen, cómodamente en su casa, cuando Cynthia, una mujer que antaño le inspiró y que está al corriente de la patrulla, se presenta para pedirle ayuda. Keith, su marido, el tipo por el que Cynthia rechazó a Everard, otro patrullero, parece haberse quedado atrapado en la Persia de Ciro II el Grande. Al principio se muestra reticente, pero Manse acaba por ceder ante la insistencia de su visitante.

     Desplazado al cabo a la Persia del siglo VI a. de C., Everard dice ser un viajero griego cuando es hecho prisionero por la guardia del rey. Una vez en palacio, están a punto de darle muerte. Mas el paladín del tiempo llama a voces al soberano. Éste, obligado por las leyes locales de la hospitalidad, se ve impelido a acudir a la llamada y resulta ser Keith.

     Cuando Everard, tras la lucha correspondiente con el cortesano que ha elevado al trono al patrullero porque beneficia a sus intereses, consigue devolver a Keith a los brazos de Cynthia, éste añora la sumisión de la mujer que fue su compañera durante los quince años que fue Ciro el grande. Algo impensable en una anglosajona de la segunda mitad del siglo XX.

     Las cascadas de Gibraltar, a las que alude el título de la tercera pieza, son las aguas que está dejando caer el Atlántico a través de las Torres de Hércules para la formación del Mediterráneo. El hombre aún no ha llegado al sur de Iberia, que lo llama Anderson, para dar nombre a dicha tierra, en la que aún pueden verse tigres de dientes de sable. Tom Nomura, el protagonista en esta ocasión -Everad es un mero testigo- se traslada a ella cinco millones de años antes de la que será la fecha de su nacimiento. Le acompaña Feliz a Rach, una hermosa patrullera. Cuando ésta cae en las cascadas de Gibraltar, Nomura, contraviniendo el reglamento, se retrotraerá a unos instantes antes de que la caída suceda para enmendar el destino de la mujer y casarse con ella.

      La única partida en esta ciudad nos refiere una supuesta invasión china de América por las huestes de aquel país del último gran kan del imperio mongol, que también fue el primer emperador chino de la dinastía Yuan: Kublai Kan. Estamos por tanto en el siglo XIII de nuestra era. No es baladí que en esta ocasión Everard tenga como compañero a John Sandoval, un descendiente de los nativos americanos. Se da por supuesto que, si esa expedición del Kan a los actuales Estados Unidos hubiera llegado a buen puerto, Sandoval no hubiese nacido. De hecho, es el propio Sandoval quien, después de haber viajado a ese pasado alternativo, va a buscar a nuestro paladín al Manhattan de mediados del siglo XX.

     Puestos a impedir la expedición cuando se dispone a partir hacia Norteamérica, contándoles a sus integrantes fantasías sobre los peligros que entraña el proyecto, Everard y Sandoval son apresados por los expedicionarios. Éstos les quitan sus escúteres y demás prodigiosos. Para escapar, Manse les emborrachará como sólo puede hacerse con quien nunca ha probado el whisky. Aun así, se verá se verá obligado a contravenir otra norma: producir un bloque casual para ayudarse a sí mismo. Dicho de otra manera. Volver al pasado, cuando en el presente sus perseguidores estaban a punto de caer sobre él, y alterarlo, colocándose en una nave de la patrulla lanzando desde ella rayos fabulosos a los expedicionarios. "Pero en este caso ni siquiera me reprenderán porque es para salvar a John Sandoval y no a mí mismo", piensa[ii] en viajero temporal.

(Sigue en el asiento del 31 de enero de 2017)


 

[i] Es una lástima que aún no haya podido hacerme con La nave de un millón de años, pero desde que se agotó la edición española de B, dada a la estampa en 2005, es un libro muy difícil de encontrar.

 

[ii] Los pensamientos siempre se reproducen en cursiva.

Publicado el 28 de septiembre de 2016 a las 22:15.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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